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Una novela histórica...
2014/03/07

Rúas

… y, por tanto, humana, eso es Las flores de Baudelaire de Gonzalo Garrido, y que ha reeditado Debolsillo tras llegar a un acuerdo con la editorial Alrevés que fue quien lanzó y mimó, como cuidan los buenos editores, a este escritor. Varios son los motivos que argumentan el título de esta reseña, algunos ya los he expuesto en estas primeras líneas, pero prosigamos.

La nueva edición está muy cuidada, desde las letras grababas en rojo del título y del autor, hasta la frase del consagrado Eduardo Mendoza, quien con esa sapiencia que da la vida lanza un hurra, para vitorear a Gonzalo con esta palabra tan española lenguaje popular vasco.

La fotografía de la cubierta nos transporta al Bilbao del primer tercio del siglo XX. Si algún pero hemos de señalar, solo con ánimo de mejorar la edición, algo posible al estar en buenas manos, es el cuerpo de la letra del texto, más grande. Merecen la pena el autor, la obra y el esfuerzo editorial.

A lo largo de la obra, Gonzalo a través de sus personajes, sobre todo Alfredo Maldonado, va con su espíritu de cirujano humano, intergeneracional y social desgranando cómo era la sociedad vizcaína, española y europea del primer tercio del siglo XX. En un periodo concreto de la historia como es 1917, en plena Primera Guerra Mundial. Se hace eco el novelista de la bipolaridad en la prensa nacional, como la de otros países de nuestro entorno, unos defendiendo a los aliados y otros germanófilos. Hubo un pensador, Ortega, quien precisamente en la sociedad bilbaína El Sitio dio una de sus iluminadoras conferencias, titulada La pedagogía social como programa político, que en su serie de artículos dedicado a la Primera Guerra Mundial englobada en El espectador, se decanta por la democracia, pero censura esa bipolaridad.

Recordemos que Ortega como Alfredo Maldonado bebió de las fuentes del Krausismo español. No es casual que su primer libro, Meditaciones del Quijote se lo dedique a su amigo Giner de los Ríos, pero Ortega aporta una nueva filosofía. De la que por cierto adolecían los grupos de interés y de presión social que Gonzalo va radiografiando en la novela. Unos y otros se dejan arrastrar por el consumismo, las apariencias vanidosas, el machismo, el clientelismo político, la torpeza de ciertos burócratas policiales, el clasismo burgués…

El estilo narrativo de Gonzalo Garrido bebe de las mejores fuentes periodísticas. Se nota que se dedica al mundo de la comunicación y que su trabajo en el mundo de los blogs ha echado buenas raíces. A ello se suma la profesión de Alfredo, fotógrafo que se siente en su salsa cogiéndole el pulso a lo que ocurre en la calle y en ese mundo de espectros bilbaínos. Muy valleinclanesco este último detalle.

Si el bar de Luces de Bohemia es un microcosmos del macrocosmo ibérico; el taller de revelado y fotografía de Alfredo es otro observatorio humano y social: vemos transitar delante de nosotros a gente venida a menos, a morosos, a buenas personas…

Con su lente y talante, Alfredo pone el dedo en la llaga al denunciar el cainismo español que obstaculiza lo que podían ser grandes proyectos y logros de buena parte de un pueblo unido. Hay en la prosa crítica de Gonzalo un guiño a ese Galdós que en obras como Misericordia denunció el oportunismo de aquellos que se valían de los menos formados para exprimirlos laboral y humanamente.

Las flores de Baudelaire nos presenta un cuadro de lo que supuso esa transición entre la vida rural y la urbana que se produjo entre finales del siglo XIX y principios del XX; eso explica la tensión unamuniana implícita en la obra que culmina con el choque latente entre las visiones opuestas que defienden una la razón y la otra la fe. En la homilía por Anabel alcanza su cénit.