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2014/03/14

 

Rúas

Esa es la interpretación, el análisis, que elijo tras leer la magnífica novela de época Nunca seremos los mismos (Unaria Ediciones) de José Manuel González de la Cuesta. Es un título de invocación machadiana, en homenaje a ese maestro de la poesía y de la vida que es Antonio Machado.

Aquel que conocí en mi niñez recorriendo las calles de la ciudad que nos vio nacer; o vislumbrando el jardín en el que él jugaba de niño mientras yo en mi infancia recorría sus aledaños paseando de la mano de quien pronto para mí se fue, en aquellas mañanas de domingo cuando íbamos a ver al sobrino Pepe a aquella peña esquina calle Dueñas con calle Doña María Coronel.

Aquel en quien comenzamos a profundizar en un modesto trabajo de investigación junto a dos compañeros de 8º de EGB, Arancha y Joaquín, que titulamos Savia andaluza. El hombre y lírico con quien nos fundimos el grupo de los NIF en nuestros paseos por la Villa, la Residencia de Estudiantes o la Sierra del Guadarrama. Hecha la acotación interpersonal e intergeneracional, volvamos a la reseña.

José Manuel González de la Cuesta recurre a la técnica Forrest Gump para a través de Manuel Murillo recrear las últimas semanas y los últimos días de la vida de Ana Ruiz y de Antonio Machado; la caída de la España republicana; el éxodo de tantos cientos de miles de españoles que comenzó con el estallido de la Guerra Civil en 1936.

Mezcla personajes ficticios y reales de aquel tiempo para sacar adelante esta narración que ha publicado Ediciones Unaria a finales de 2013, cuando en este 2014 celebramos el 75º aniversario de la muerte del poeta. Es una novela para llevarla al cine por la calidad del texto, la importancia de los temas tratados y la capacidad del autor para convertirla en guión cinematográfico. Solo falta ese productor capaz de aunar voluntades, fusionar recursos y ponerse manos a la obra. Estaría esa potencial película en una colección en la que ya están Los años bárbaros, La vaquilla, La lengua de las mariposas…

Manuel Murillo admira a su maestro Antonio Machado, como aquel niño de La lengua de las mariposas admiraba al maestro que encarnó Fernando Fernán Gómez. Recordemos el fabuloso film El cartero y Pablo Neruda. Es la vida íntima cotidiana retratada, son las relaciones interpersonales que dan sentido a cada jornada.

En ese ambiente de dolor, presos de la melancolía, de quienes saben que el exilio es ya el único trayecto; la figura de varias mujeres resulta clave. Ana Ruiz, la madre de Machado. Marga, una adulta de gran mirada y belleza. Dolores, la mujer de Azaña. Viveka, una judía alemana que ha abandonado su Münich natal donde ha vivido durante generaciones su familia porque la serpiente del III Reich ya ha empezado a matar. Vemos desfilar a los Negrín, Azaña, Companys, el lendakari Aguirre, José Giral, Martínez Barrios o Cipriano Rivas, corresponsables de la tragedia española. Como formuló Julián Marías los justamente vencidos, los injustamente vencedores.  

Esos hombres y mujeres se topan con la incomprensión, la incoherencia y la corrección falsa de los gobiernos y de las burocracias de las democracias representativas, sobre todo de Francia y de Gran Bretaña. La paradoja es que esos gobiernos y esas burocracias casi sin solución de continuidad unos meses después van a probar el sabor del mismo veneno aplicado con mayor intensidad. Entre esos miserables y esas miserias, surgen figuras entrañables como los dos José Antonios que, como mucha gente del pueblo, estaban en contra de un bando y del otro.

La ciudad de París que ve Manuel Murillo como la capital de aquel mundo, fruto del derrotismo español de entonces, de no conocer bien la Historia de España, del chauvinismo francés y de esa mentalidad rancia de convertir a un lugar en el centro del mundo o del ombligo; dos veces habrá de ser rescatada como el resto de Europa por los Estados Unidos, entre 1914 y 1919, y entre 1939 y 1945.

Sentimos la violación de los convenios de protección de los derechos de los exiliados de aquel tiempo. Esto nos obliga a preguntarnos, ¿para qué sirven tantas leyes si luego a la hora de la verdad no se respetan y cumplen? ¿Cuál era el grado de democracia real interna y externa de Francia y del Reino Unido?

Esas cuestiones están latiendo hoy en toda Europa, en el resto de Occidente y del Mundo con los inmigrantes por causas humanitarias, y también repercuten sobre todos los pueblos.

Para darnos un respiro, González de la Cuesta recurre a imágenes de gran belleza literaria como esas en las que las madres lloran para adentro para que sus hijos no se contagien de la pena. O a ese Antonio Machado ya moribundo que no quería que su madre falleciera en una habitación en penumbra; ella que había visto la luz primaveral y otoñal del Guadalquivir.

Machado, hombre de la generación de 1898 y que junto a sus amigos de las generaciones de 1914 y 1927 intentaron vivir con luz, la que aportan las ideas y creencias claras. Hay un momento de especial intensidad, cuando a Antonio se le escapa una lágrima recordando a su hermano Manuel.

El ambiente durante el entierro de Machado, salvo por la presencia de unas cuantas personas sensibles y comprometidas, es el retrato de la hipocresía política de aquella época y de ésta. Todo es un rictus formal de corrección que practican gobernantes españoles y franceses. Recuerdan a las mentiras de la telebasura y del papel couché que hemos visto en los últimos cuarenta años: desde las pompas fúnebres de los estadistas mundiales alrededor del sabio de Mandela hasta la violencia de género denunciada en puertas de ayuntamientos y luego practicada en su vida privada por políticos con nombres y apellidos.

La catarsis se produce unos días después durante el entierro de Ana Ruiz. En él todo es recogimiento, la acompañaron aquellos que sentían con autenticidad.

Frente a aquel cuadro, está la España recién comenzada a gobernar por los fascistas de Franco, que queda retratada a través de dos personajes: el anticristo del cura Roncero y el matón falangista de Marcial; haciendo bueno el dicho si quieres saber cómo es fulanito, dale un carguito. Ambos actúan con rencor y con ánimo de revancha. Practican su modus operandi según el cual a los hombres no les compete perdonar. La frase de Jesús de Nazaret amaos los unos a los otros como yo os he amado, no existía para ambos sin escrúpulos.

Para terminar, felicitar a Ediciones Unaria por contar con este autor y esta novela dentro de su catálogo. La edición está bastante bien trabajada. Un apunte para esperemos próximas ediciones –para que esto sea posible, ahora te toca a ti lector dar tu paso–; hay que pulir ciertos detalles como unificar los guiones de los diálogos. Todos han de ser grandes. En las frases de los diálogos con una o dos líneas, el interlineado ha de ser menor. Revisar pequeños matices de la redacción de los datos biográficos de los personajes ficticios y reales.