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Diario de un embarazo (4)
2015/04/27

La pareja gozando de la paz del paisaje, la noche y la alegría del embarazo. 

 

Antonella Yllana

Hubo algunos momentos en mi vida en los que viví un fuerte cambio de percepción. Todo aquello que era dejó de serlo. Yo ya no sentía el mundo de la misma forma. Era muy difícil, pues era una especie de muerte. Yo sabía que todo cambiaría a partir de entonces. No podía más continuar viviendo como yo había vivido antes. Al mismo tiempo, un universo nuevo y grandioso se abría frente a mí. Entretanto, para renacer, era preciso morir primero.

A veces, descubro en mí una bella y conocida rabia, de los hombres y de la condición femenina.

¿Por qué tengo yo que cargar con un hijo en mi vientre? ¿Por qué tengo yo que aguantar todos estos drásticos cambios de mi cuerpo y cambiar mis hábitos cuando mi marido continúa con la misma movilidad? ¿Por qué los hombres permanecen relajados y llenos de energías para hacer lo que quieran cuando quieran, beber alcohol o fumar, celebrar fiestas, cuando una mujer poco a poco se transforma en una sandía ambulante?

Estoy en camino de una especie de retiro monástico forzado. Me tengo que esforzar por diferentes caminos para encajar lo que estoy viviendo, sin poderme dedicar apenas a escribir. Ahora, después de todo, ¿tengo que ser yo la principal responsable de la vida de un hijo? ¿Un ser que absorberá todas mis energías durante todo mi tiempo? Se que probablemente será un gran amor, uno de los mayores de mi vida, ¿pero estaré hecha para este tipo de amor?

Son preguntas profundas e inquietantes. De repente, me siento como una mujer de la Edad Media. Acorralada, sin opciones, por aquella realidad que se desarrolla en mi vientre. Prisionera en un mundo de hombres.

Por otro lado, tengo también instantes extrañamente silenciosos, en los que siento una verdadera bendición por la perspectiva de salir del mundo por un tiempo, gracias a la llegada de un bebé. Ojeó en mi diario y descubro por vez primera que siento este silencio diferente desde la tarde del 21 de julio. Yo estaba acostada en una hamaca. No sé si habíamos hecho el amor aquella mañana o la noche anterior, pero yo ya no pensaba en eso. Apenas noté que, de pronto, todo permanecía quieto y vasto. El mundo se expandía y se hacía inmenso. Todo era cierto. Todo era perfecto. Fue como si algo dentro de mí se soltase. Fue una liberación tan poco común que, por alguna razón, me hizo pensar en el estado de superación de un karma. Era algo positivo que me envolvía a Florencio y a mí. Tal vez ha sido el momento de la concepción.

Florencio enfermó esos días y comenzó a tener los síntomas de un embarazo que yo debiera estar teniendo, como los mareos matinales o las crisis de los vómitos. Lo que en el primer trimestre se refleja como un columpio emocional y físico. Aunque no tuve crisis de vómito, si sentí una constante inminencia de mareos. Me recordaba bastante a los rituales de ayuda con ayahuasca en los que Florencio acostumbraba a vomitar mucho y yo nunca vomité. Una sensación, tanto en los ritos como en el ahora, de tal manera que yo los tengo que tener muy presentes. En caso contrario, entraré en un terrible torbellino que me llevará por lugares profundamente oscuros. La única diferencia es que en el ritual del embarazo apenas dura algunas unas horas, durante nueves meses. Es una gran diferencia.

Se que mi marido probablemente se hace tantas preguntas como yo y él también está asustado como yo lo estoy. También está claro que, de todos los hombres que conocí en mi vida, él es el único con quien yo pensaría embarcarme en esta aventura. Aún así, no consigo evitar sentir cierta rabia. Es como si todo fuese más fácil para él. Este sentimiento también probablemente tiene que ver, durante esos días, con que tuvimos nuestras primeras discusiones relacionadas con el embarazo. Él me llegó a sugerir que yo no continuase con el embarazo, en el caso de que realmente yo no quisiese ser madre. Aunque me estuviese quejando de mi condición, me ayudó él a descubrir que, esta vez, el aborto no era en absoluto una opción. O sea, una parte de mí quería tener realmente este hijo.

¡Guau! Yo quiero ser madre. ¿Cómo puede ser eso posible?

Este inicio del embarazo me recuerda bastante al periodo pre-menstrual, cuando percibimos todo aquello que va a cambiar. Soy consciente, esto puede llegar a ser un estado infernal en el que los nervios estén constantemente a flor de piel. Con meditación, puede ser una oportunidad para entender lo que ha de ser mejorado en nuestras vidas. No obstante, no esperaba tener todas estas sensaciones y emociones. Es avasallador.
¿Será que es posible prepararse para algo? Tal vez apenas sea posible prepararse para no estar preparada.

Traducción de Manuel Carmona