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Las modulaciones del español
2014/10/22

El fundador de Bogotá, Gonzalo Jiménez de Quesada, ante el mural El español imperial; en rojo, los lugares donde se habla español en el mundo.

Nieves Gómez Álvarez

Una de las primeras cosas que a una española le llama la atención al llegar a Colombia es… su propia lengua. El colombiano medio la cuida, la pule y se instala en ella conscientemente; escoge de manera cuidadosa las palabras, que se pronuncian como si se paladease un buen café nacional con la dicción andaluza, con abundancia de eses y ausencia de zetas, con una pronunciación más suave. 

Se habla con un tempo más pausado que en el español de la Península, el tempo que permite captar cuál es la reacción causada en el oyente, al que se atiende de forma habitual con gran esmero. Se habla con delectación en la propia lengua -en los ambientes universitarios, a menudo conociendo también otras grandes lenguas europeas- y, detalle espléndido, con ausencia casi total de palabrotas o registros bajos.  

Pero decía que al español que visita Colombia le llama la atención su propia lengua. Y así es, pues se da cuenta de que su manera de hablarlo es allí distinta, la que le distingue. Los tonos que siempre ha oído, o las palabras usadas, le suenan allí diferentes.  

Y vive la experiencia de ser identificado -normalmente para bien- nada más abrir la boca. Basta un gracias para ser geográficamente filiado. Una frase más larga a menudo se merece un ¡pero qué lindo habla!

Hay en el Paraninfo de la Academia Colombiana de la Lengua un colorido mural del Maestro Luis Alberto Acuña, titulado Apoteosis de la Lengua Castellana que expresa de manera visual las modulaciones del español y cómo se han unido en la literatura: en esta pintura se encuentran simbolizadas grandes figuras de la literatura castellana (autores o personajes), como el Cid Campeador, Amadís de Gaula, Celestina y Melibea, Rinconete y Cortadillo, Don Quijote y Sancho Panza, el convidado de Piedra, una sevillana, Don Juan Tenorio, el alcalde de Zalamea, el rey Segismundo, San Juan de la Cruz, el castillo interior de Santa Teresa, etc., que entre álamos y árboles castellanos se mezclan con los personajes y árboles de la americana: la Araucana de Alonso de Ercilla, Caupolicán -retratado como en el poema de Rubén Darío, con su melena larga y su tronco sobre los hombros fuertes- Gonzalo de Oyón, Doña Bárbara, Bochica, Martín Fierro, el Periquillo Sarniento de José Joaquín Fernández de Lizardi, etc., la mayoría de los cuales aparecen en libros que se pueden leer actualmente en la Biblioteca Virtual Cervantes. Detalle interesante: dos de las mujeres que aparecen en el cuadro, una de la literatura española, otra de la americana, están leyendo libros.  

La lengua es la patria, es el lema de la Academia Colombiana de la Lengua, que se exhibe en cada una de las sillas de la gran sala. ¿Y qué es la patria? Es la tierra natal o adoptiva, a la que se siente ligada el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos. Desde luego que esa realidad se cumple en el caso de Colombia, porque sus habitantes se sienten totalmente ligados al español con esos vínculos. El propio Marías ha descrito en su Antropología metafísica la relación humana con la lengua como una instalación vectorial, pues es un desde a partir del cual la persona se sigue proyectando hacia su circunstancia. El colombiano se instala cómoda y gozosamente en su condición de hispanohablante, hecho que incluso se nota en su afición por escuchar la música en español.  

Uno de los organizadores del Congreso nos decía a un grupo de profesores en una cena que una de las palabras que más utilizan los jóvenes hoy día es tenaz -pronunciado, claro está, a la colombiana-, pero que es un término que se utiliza en toda ocasión: para el que, cabezota, quiere conseguir lo que se propone, pero también para el que escribe bien o el que habla de una manera convincente. O para el que, en fin, necesita de una exclamación biensonante para enfatizar algo. Una de esas palabras que quizás nos revelan un resquicio de cómo es una sociedad humana y del tipo de palabras que se escogen para expresar cómo somos. 

Pero hay otras que tienen una innegable creatividad: de una mujer de Cartagena de Indias que habla con soltura y gracejo se dice que es una costeña desparpajada, de los adolescentes granujientos en el instituto, los pelaos y de un bebé gritón y propenso a dar patadas, un niño pataletudo.  

En uno de los libros que han venido de vuelta en mi maleta, junto con los kilos de café y chocolate, y que se titula Lejos del nido, del escritor regionalista Juan José Botero, he encontrado también algunas expresiones tan distintas de las nuestras en España, pero a la vez tan sabrosas, de cómo la lengua es la patria para todo el que la habla con imaginación y algún esmero: de alguien que reconoce haber estado turbado se afirma yo en aquella confundición; de unos personajes de la obra, unos indios astutos, se dice que son unos viejos astucieros; un asunto delicado es una cuestión pelicrespa y de un clan familiar con malicia y no sanas intenciones, se dice que son friegaos y cizañosos, maluquitos. Cuando uno ha escrito una carta bajo una fuerte emoción, la letra le puede salir patoja y, en cambio, cuando se queda dormido por el cansancio acumulado, en el español de Colombia no se durmió, sino que se dormitó