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Un lugar para disfrutar de la vida
Crónicas brasileñas, capítulo 3
2014/11/11

Una bella bahía brasileña.

Antonella Yllana

Traducción MCR

Amo ser brasileña. ¿Será que ya lo comenté antes? No me cuesta repetirlo. Pero, ¿por qué amo mi país? Bien, creo que el amor no precisa de razones. Se ama porque se ama. De la misma forma que hay personas que nos despiertan amor, y otras nos repugnan, esto también ocurre con los lugares. Pero está claro que Brasil es muy grande y hay lugares en los que estoy a gusto y otros en los que no estoy gusto. Desgraciadamente, no conozco gran parte de mi país. Por otro lado, esa sea tal vez una de las razones por la que lo amo tanto. Brasil es muy vasto. Inmensamente vasto.

Ahora mismo, estoy escribiendo estas líneas sentadas en un autobús que me está llevando de Florianópolis a Buenos Aires, en Argentina. Son 26 horas de viaje. Muchas personas detestarían viajar así, dirían que es incómodo. Yo lo adoro. A pesar de los 4 meses de embarazo que empiezo a sentir en mi cuerpo, me siento maravillosamente bien contemplando los paisajes de sueño por la ventana. La inmensidad hace soñar. Es muy importante poder soñar. Es verdad que Brasil es un país caótico, pero al mismo tiempo el brasileño sabe intuitivamente que todo está abierto, que siempre puede producirse el cambio. Como los paisajes. Hay montañas, altiplanos y planicies sin fin, e infinitos caminos para andar. Así es Brasil y así es el corazón de los brasileños.

En su interior, cada uno lleva en su mente la tierra en la que vive, que va unida indisolublemente a su forma de ser. Soy carioca de nacimiento y bahiana de corazón. Años atrás, dos personas que no se conocían me dijeron que yo tenía que conocer Arraial D`Ajuda, porque tenía que ver mucho conmigo. Cuando llegué, lo entendí porque ir a Bahía era inevitable. El bahiano vive la vida de una forma más lenta y armoniosa, lo cual es motivo de risas en el resto del país. Hoy sé que se trata de una manera de verlo con envidia. Los bahianos tienen un bamboleo, una manera de bailar los momentos que no he visto en ningún otro lugar. Mi lentitud se siente en casa en Bahía y vulnerable en el resto del mundo. Esto que tiene que ver con un clima siempre agradable y con paisajes que son idílicos que nos revelan la existencia de espacios intactos o desconocidos dentro de nosotros. Donde todo está aún por acontecer.

Mientras tanto, a pesar de mi amor incondicional por Bahía, tengo que confesar que hay muchos otros lugares hermosos. En este viaje, que comenzó hace un mes, pasé por Río de Janeiro y Florianópolis. Río de Janeiro es una ciudad donde viví momentos inolvidables de mi infancia. Para mí siempre será la Ciudad Maravillosa a pesar de todos sus problemas, que no son pocos.

Escuchar como los cariocas cantan sus músicas familiares en sus calles, los bares siempre llenos de una vida que sale a borbotones. Es imposible no sonreír al pasear por los Paseos de Copacabana y escuchar una samba tocada en directo; o comer un pastel en Álvaro, un antiguo bar en Leblon. La vida late y te transporta en cada esquina. Los contrastes sociales generan conflictos y sufrimientos terribles, pero también son responsables de esta diversidad fascinante, de esta felicidad casi peligrosa, siempre marcada por la tristeza, y que encontramos en la literatura y en la música brasileña. Es posible sentirla.

Tras Río, fui a Florianópolis, lugar que he escogido para pasar los últimos meses de gestación para dar a luz a mi hijo. Una ciudad en una isla de una belleza despampanante y que me recuerda un poco al sur de Europa por su limpieza y por lo comedidas que son las personas en general. Viví allí hace años y lo puedo confirmar. Es realmente un lugar que ofrece una óptima calidad de vida. Espero que continúe ofreciéndolo sin que sea destruida por la avaricia que mata a mi país o al resto del mundo. Uno de los momentos más felices de estos tres días que yo pasé allí, fue comiéndome un helado sentada frente al Lago Concepción. No se cómo hay personas en el mundo que pueden vivir sin experimentar vivencias así, como ésta. En estos espacios grandes y fabulosos, en los que nosotros podemos dejar que nuestros ojos y nuestra mente cabalguen con libertad.