«La culpa se levanta al caer de la tarde»
R. C.
Inquieta acordarse de cómo han surgido
de la escritura tantas facciones infrecuentes
como se amontonan en el fragor de estar
tergiversadas sin el corazón del otro,
excepto en las manos repletas de vitolas.
A la sombra del árbol del amor
alguien se interesa por el nombre del muchacho
que escupía de una forma tan rara la saliva
y las palabras.
Ella, que cree ser el fuego
o su luz apacible, frunce el vestido,
recomienza la seda a contrariarse.
Aún conmueve reparar en las partículas
de ceniza que fracturan y fracturan
el rostro sin visos de recato.
Es casual, la niña atesoró en su medalla
de plata certidumbres
y restaura el mimetismo de la noria
que da cuenta del tiempo con injurias
brutales o se remienda la boca
con abundante agua de borrajas.
No hemos acabado de decidir
nuestra propia incredulidad, le dice.
Luis Miguel Rabanal: Este cuento se ha acabado (Renacimiento)