Amanece y el oso blanco de Palmira, empieza a desperezarse y de Tiemblas baja
pensativa el alba.
La mañana calienta los cuerpos y las almas; hay paz en la tierra de mis ancestros; ya no
se escucha el tronar de la guerra, pero canta una chilca en la arboleda; el sol mañanero
parece más brillante y luminoso; las flores se ven alegres; los árboles cantan a dúo en la
espesura al compás del rumorar del viento; y le hacen coro las pequeñas fuentes de agua
que bajan de la montaña.
Venid hijos de la tierra; venid a ver mis verdes; mis arroyos que bajan cantando de
la alta cordillera; habéis ganado; mis hijos cantan en el parque bellas canciones; mis
artistas se pintan el rostro y celebran la victoria; mis actores se visten como en los
tiempos clásicos; regresad a la tierra que os espera; la diáspora ha cesado, y los hijos de
la tierra regresan y cantan y se alegran en su espíritu y rinden tributo a la memoria de
sus muertos.
La venganza de la guerra ha cesado; a estos cielos azules se asoma el porvenir; mis
gentes regresan a plantar nuevamente en el suelo de la patria; casas nuevas, cuyos
muros ya no se cuartean por las bombas, ni se descascaran sus fachadas por los tiros de
los fusiles; nuevos monumentos al progreso levántanse y se yerguen enhiestos sobre mi
suelo patrio; por mis caminos puedo escuchar nuevamente conversaciones alegres de mi
gente que regresa a su vereda.
El poeta canta esperanzado un himno nuevo; vuelven a sonar los tambores y cantan tus
cantores la esperanza.
Villabrado Luis Duque: Canto para nuestro duelo. (Ed. Odín)