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Los niveles de exigencia de la FIL (1)
2014/12/23

En el editor Manuel Pérez-Petit meditabundo en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

Manuel Pérez-Petit

Los niveles de exigencia se terminan convirtiendo en clave para entender ciertas cosas. Escribo esta crónica más de una semana después del cierre de la FIL de Guadalajara 2014, con un sabor agridulce y más nubes que claros, con un esfuerzo mucho mayor del que hubiera podido imaginar cuando Manuel Carmona me la encargó para Rick's Café. No en vano pesa en el cronista su experiencia de cuatro Fils acerca de las cuales sólo llegar a la conclusión –salvo, claro está, se trate de una mala pasada de la ficción, que todo es posible– que lo que viene distinguiendo, al menos en éste último casi lustro, al acontecimiento de promoción del libro y la lectura más importante del idioma español en el mundo es una franca y determinante decadencia. ¿Decadencia? Sí, aunque también puede ser que sea sólo aparente.

La FIL 2011, la de su 25 aniversario, que tuvo como país invitado a Alemania, estuvo precedida por el descubrimiento –a tan sólo quince días de su inauguración y a tan sólo apenas quinientos metros del recinto de la Expo Guadalajara, en donde se celebra la feria– de dos camionetas llenas de cadáveres, ajusticiados de la violencia organizada. Para colmo de males y como en la ciudad de Guadalajara habían tenido lugar unas semanas antes los Juegos Panamericanos, resultó ser –pese a celebrar sus bodas de plata fundacionales– la FIL con menos publicidad de la historia. Sin embargo, setecientas mil personas acudieron a la cita, así como dos premios Nobel, Herta Müller y Mario Vargas Llosa, y personalidades como Fernando Vallejo, Antonio Colinas, José Emilio Pacheco, Juan Gelman, Fernando Savater, Antonio Skármeta y Rudiger Safranski, pese a lo cual lo más recordado de aquella edición fue que, preguntado por las lecturas que le habían marcado en su vida, el entonces candidato a la Presidencia de México, Enrique Peña Nieto, no supo responder, convirtiéndose aquello en la noticia del año, al menos en México.

Un año antes, en la FIL 2010, las academias de la lengua española, reunidas en asamblea en la FIL –quizá sumergidas en un baño de tequila o de enajenación mental– fueron las reinas del despropósito, tomando decisiones arbitrarias tales como la supresión del acento diacrítico, decisión tan absurda como efímera, pues no pasó demasiado tiempo antes de que dieran un paso atrás en ese aspecto y en otros; en realidad a la posición que les corresponde que es la de vagón cola y no de arietes en cuanto al idioma y su realidad, que no es otra que la de escoba para poder cumplir con su función de limpiar, fijar y dar esplendor al organismo vivo de la lengua, pues la verdadera academia está en la calle…

Parece que hubiera un sino disparatado y esperpéntico en esta FIL que es la fil de las files, pero quizá al final todo tenga que ver con los niveles de exigencia, que son los que dirimen el verdadero ser y estar de cada cual y cada cosa en el mundo.

Llegó 2012, el año de la muerte de Carlos Fuentes, y ni a Peña Nieto ni a las academias se les esperaba, para mayor alivio. Volvió a emplearse presupuesto para promocionar el llamado a ser desde su fundación el acontecimiento mayor del español en el mundo. El cambio en la dirección del evento, que asumió entonces Marisol Schulz –editora prestigiada y valiosa–prometía, además, mucho más protagonismo aún de la buena literatura. Chile como país invitado presentó, además, un pabellón con más libros que arquitectura –por fin–, y una delegación en la que destacaron figuras como Jorge Edwards, Raúl Zurita u Óscar Hahn. No hubo premios Nobel presentes y la única duda -cuál iba a ser ésta vez el problema– se dilucidó incluso antes de la celebración del evento: la concesión del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances tuvo que tener lugar fuera del programa oficial, debido a la polémica en torno a los plagios periodísticos del narrador peruano galardonado, Alfredo Bryce Echenique. Al final, récord histórico de visitas, asistencia de profesionales y negocio, batiendo la FIL en todos los registros unas marcas que ni los más optimistas preveían.

Con la sombra del fallecimiento de Gabriel García Márquez y con Israel como país invitado, la FIL 2013 arrancaba con unas medidas de seguridad absolutamente brutales. Como sometiéndola a un implacable estado de sitio, unidades del Ejército mexicano tomaron Guadalajara. El recinto de la Expo nunca reunió entre sus muros tantos fusiles de asalto y metralletas, tantos uniformes de guerra ni tantas miradas percutoras como en esos días. Volvieron a batirse récords de asistencia, no obstante. La organización aclaró que las fuertes medidas de seguridad en esta ocasión se planearon así por la visita del presidente de Israel, Shimon Peres, al que lógicamente nadie vio. Al que sí vio todo el mundo fue a Mario Vargas Llosa, estrella indudable del programa, que firmó cientos y cientos de ejemplares de sus libros, como un rockstar, condición que compartió con la exhibición de los manuscritos del Mar Muerto y los textos del científico Albert Einstein, así como la participación del Premio Nobel de Química 2009, Ada Yonath, todo lo cual deja perplejo a quien acude a una feria del libro, por razones que a nadie se le ocurriría preguntar. De la prometida indagación acerca de la relación de la Biblia con la literatura, nada de nada, pero se anunció que el país invitado para 2014 sería Argentina, y se prometió una FIL extraordinaria por ese motivo.

Extraordinaria, en efecto, ha resultado la edición de 2014 de la FIL, pero para mal –a qué andar con paños calientes–. A causa de la muerte de 43 estudiantes en Iguala, estado de Guerrero, México, y las consiguientes protestas, la paz tampoco fue posible en esta ocasión, y hasta las extremas medidas de seguridad ante la posibilidad de invasión del recinto ferial de Guadalajara fueron fallidas, no impidiendo en la práctica la entrada de manifestantes que con verdadera imaginación –y acierto, a qué negarlo– obligaron a redoblar esfuerzos a los cuerpos de seguridad de la feria –y menos mal que las fuerzas policiales sólo se movieron en el exterior–. La protesta al final puso el punto de color a una feria deslucida en la que la representación del país invitado brilló por su pobreza y culto al tópico –los argentinos terminarán por conseguir que el mundo entero aborrezca a Mafalda–, interrumpiendo eventos y marchando por las calles y pasillos de la feria en un alarde que llamó más la atención que la ausencia de tango o del tan cacareado previamente previsto homenaje a Cortázar en el centenario de su muerte o de los 50 años de Rayuela.

Al final, nada relevante. No acudieron los autores argentinos del momento –ni siquiera Ricardo Piglia, al que se echó en falta– y ni tan siquiera hubo fútbol –que a falta de pan…–, lo que le hubiera encantado a Juan Villoro, el único que repite sin cesar FIL tras FIL, y bien que se agradece. Para colmo, otro presidente al cual que le da por visitar y colapsar la feria: El uruguayo José Mujica, que se paseó por el recinto ferial nada menos que en la mañana de un domingo, y al que acompañaron unas medidas de seguridad que impidieron entrar hasta a las moscas. Con todo, el día en que María Kodama estuvo por allí corrió la voz como la pólvora y docenas de gentes formaron la cola del cometa, tras su estela.

–Pero, hombre, Manuel, dígame: ¿en dónde se dejó usted la literatura?

–No me joda, amigo.

–¿Es que no hubo?

–¿Sabe usted el autor más importante en la FIL de Guadalajara de este año?

–Supongo que Pérez-Reverte.

–Se equivoca. Ése estuvo y se enteraron cuatro.

–¿Entonces?

–Una quinceañera llamada Yuya, video blogger viral de medias rotas capaz de atraer a masas derretidas de gente que llora emocionada cuando consigue su autógrafo –gracias a lo cual por vez primera en cuatro años pude ver a cerca de un millar de personas llorando por los pasillos de la FIL–, que colapsó más que nadie y más que nadie que se recuerde en años, vendiendo en tan sólo dos días más de dos mil quinientos ejemplares de su libro Los secretos de Yuya, nada menos que en el stand de Planeta...

–No entiendo nada...

–Pues es lo que hay.

Así están las cosas, y eso explica que el cronista hable, en referencia a la FIL –que files habrá muchas, pero FIL sólo hay una– de niveles de exigencia, y aún así hay que seguir estando presente.

Acerca de cómo un editor se plantea la FIL prometo una nueva entrega –si el maestro Manuel Carmona me lo permite, lo cual es arriesgado por mi parte atendiendo al hecho al menos del retraso en ésta–, porque la deriva de estos años del acontecimiento da mucho para pensar... Para empezar en la necesidad de ser viral..., aunque lo que no sé es si debería combinarse eso con llevar medias rotas y saber de maquillaje. Porque es la nueva industria editorial. Y si no, busquen y miren las listas de libros más vendidos en la feria del libro más importante del idioma español...

A este paso, siempre cabrá publicar con Amazon y que desde cualquier lugar del mundo nos envíen a casa en 24 horas cuantos ejemplares físicos queramos de nuestro libro –ojo que esto ya lo hacen muchas editoriales, e incluso las hay que lo niegan–. Porque estamos listos con tanta ficción.

Manuel Pérez-Petit, editor.