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Enrique González: “Lo principal para Julián Marías era estar mucho con las personas”
2014/03/27

Enrique González Fernández, una de las personas que mejor conoce quién es Julián Marías.

Manuel Carmona Rodríguez

Hablo con Enrique González Fernández, una de esas personas a las que tenía ganas de escuchar desde hace tiempo. Su amistad con Julián Marías. Su relación discipular con Ortega y Marías. La continuidad que representa de la Escuela de Madrid –desde hace décadas universal- junto a los María Zambrano, Harold Raley, Francesco de Nigris, Nieves Gómez, Rafael Hidalgo…

Y hay conversaciones que se prolongan a lo largo de esta vida; y quienes creemos en la vida perdurable también vislumbramos la posibilidad de esa tertulia eterna que Marías concibió.

Lo mejor de la vida es compartir con el otro, con los otros. Cuando unos y otros quieren hacerlo con bondad y nobleza, con sabiduría y capacidad de aprendizaje, cualquier hecho cotidiano es posible, o cuando menos cabe la posibilidad de su realización.

 ¿Cómo descubriste la obra de Ortega y Marías?

Cuando yo tenía 15 años (en 1977) leí la Introducción a la Filosofía de Julián Marías (no se crea que la entendí enteramente; me pareció difícil); después, otras obras suyas y de Ortega. Pero ya años antes no me perdía los artículos del primero en el periódico, cuyos recortes conservo. Quién me iba a decir entonces que, con el paso del tiempo, él me leería, comentándolos conmigo en el salón de su casa, los originales recién escritos en su máquina de escribir, y luego, desde el año 2000, me los dictaría a mí, escribiéndolos en esa máquina primero y luego, cuando se gastó la tinta y no se podía encontrar, en un ordenador portátil que proporcionó nuestro amigo Alejandro Abad. En 1980 comencé la Licenciatura en Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid: aunque parecían casi prohibidos los nombres de Ortega y Marías, yo solía citarlos en mis trabajos.

Has compartido muchas horas de muchos días con Julián Marías, descríbeles a los lectores de Rick´s Café su trato humano.

Es la persona más inteligente y, por tanto (como él decía), más buena que he conocido. Huía de la pedantería y no le gustaba nada el aire de primero de la clase con que se presentan algunos. Ponía enorme atención a lo que le contaba cada persona, y esto hacía que se acordara de todo. No sé de dónde sacaba el tiempo: lo principal para él era estar mucho con las personas, la ocupación que más le interesaba y con la que más disfrutaba; muchas veces iba a almorzar o a cenar con jóvenes amigos. Se divertía enormemente con nosotros: es curioso cómo se ilusionaba ante las bodas, a las que acudía invitado después, porque quería a las personas y le importaban. Cuando murió el marido de Mariángeles Durán, nos invitó a ella y a mí al teatro, a la representación Eloísa está debajo de un almendro, para que los tres nos riéramos a carcajadas. Era muy gracioso y sonriente. Creo que de su madre andaluza había heredado la facilidad de contar chistes muy buenos, gracias a los que se aproximaba con risas a sus interlocutores y amigos. También de su madre heredó otra cualidad: sabía hacer la radiografía de cada persona que tenía delante en el sentido de que veía quién era en su interior. A la mesa y en el trato cotidiano era muy elegante. Sufrido y paciente, no se quejaba de que solo viera con el ojo izquierdo. Estaba atento a todos los detalles. No se me olvidará nunca un gesto que tuvo al salir de una de sus multitudinarias conferencias: cuando un matrimonio amigo (Lourdes y Juan, a cuya boda habíamos acudido él y yo) introducían a su bebé en el automóvil, Julián Marías colocó la mano sobre el pico de la puerta para que la cabeza del niño no se rozara. Quería mucho a los niños. Y decía que tenía perro appeal porque, cuando llegaba a una casa donde tenían perro y se sentaba, este iba a ponerse a sus pies.

Julián Marías fue ejemplar hasta para convivir con la ausencia de la persona amada –Lolita-, qué enseñanzas para la vida nos puede transmitir él para esta circunstancia.

No le gustaba emplear el pretérito para referirse a quien ha pasado de la muerte a la vida: según él, es muy sabio el dicho ha pasado a mejor vida. Por tanto, la persona vive allí más y mejor que nosotros. Era muy firme su creencia en la vida perdurable. Cuando entré por primera vez en el salón de su casa, en 1990, me impresionó enormemente ver cómo el centro de su hogar había una excelente copia de la Anunciación de Fra Angélico, del Museo del Prado: así comenzó todo, decía señalando el cuadro que para mí, desde bastantes años atrás, también era símbolo de muchas cosas. Alguna vez me dijo que a Lolita le hubiera gustado mucho conocerme: hubiéramos hecho buenas migas. Cada día estoy más convencido de que Lolita hizo que yo llegara a ser bastante amigo de su marido. En realidad, ella lo ayudaba desde la otra vida, tanto que desde allí lo empujó a escribir gran parte de la obra que faltaba por hacer.

Entre los asuntos que nos dejó como preocupaciones importantes que tenemos que afrontar con profundidad y altura de miras en el siglo XXI, están el aborto, el terrorismo y el devenir de Occidente y el Mundo. ¿Qué claridad nos puede aportar leerle y actuar teniéndole presente también en el cómo hacerlo?

La lectura de sus obras resulta iluminadoramente deslumbrante. Tanto que molesta a muchos, los cuales maquinan para ocultarla. Pero estoy convencido de que, como dice Harold Raley, en un futuro se descubrirá como el tesoro intelectual de nuestro tiempo. Ahora bien, a Julián Marías no le gusta que se haga escolasticismo con su obra, sino que se vaya más allá. Como yo le decía, para ir más allá es necesario partir de él.

Hoy en día, hay personas y familias pasándolo mal en España y en muchas partes del mundo por cómo están establecidas ciertas relaciones económicas, empresariales y laborales. E incluso también, por qué no decirlo, por decisiones erradas que aquellos hayan podido tomar por el camino.

La pareja Julián-Lolita, que pasaron muchas dificultades durante los primeros años del matrimonio y de formar una familia, qué luz nos pueden aportar hoy.

Su optimismo. No perdamos la esperanza es una de sus frases repetidas. De las malas situaciones, incluso mucho peores que la presente, la humanidad ha salido. Tanto Julián como Lolita tienen gran confianza en el hombre porque es imago Dei. El amor todo lo puede.

A Marías como a Ortega les preocupaba las caras de los jóvenes españoles. ¿Qué te comentaba de esas caras durante los últimos años de su vida?

Demasiado serias. La sonrisa es un deber moral. Hay quienes, como los nacionalistas, pretenden quitarnos la sonrisa. Julián Marías consideraba que el nacionalismo es una enfermedad. Pensaba que había que reírse de esos nacionalistas y dejarlos en ridículo, y que nada mejor que el humor andaluz para hacerlo. Ahora acaba de estrenarse una película (Ocho apellidos vascos) que parece que hace caso de esto, aunque todavía no la he visto. Con él fui mucho al cine: durante la película solía hacerme comentarios graciosísimos.

Honradez, honestidad, amor a la verdad, fueron comportamientos cotidianos en Marías. Se echan en falta tanto en la esfera política universal, y ahora ¿qué?

Consideraba que la mentira es la causa de los males actuales. El día que se produzca una rebelión general contra la mentira pensaré que estamos salvados, decía. La medicina para curar el nacionalismo (verdadera peste de nuestro tiempo) es la verdad.

Sobre qué te gustaría hablar que no hayamos hablado.

Sobre ti, Manuel Carmona, que haces obras prodigiosas, y me gustaría saber cómo lo consigues, siendo tan difícil todo. Te felicito de corazón por lo que realizas. Pienso muchas veces que Ortega y Julián Marías te están agradecidísimos. Habría que hacerte un homenaje.