Daniel Marías.
Manuel Carmona Rodríguez
Si en el número 38 de Rick´s Café me sentaba a escuchar al músico Álvaro Marías por el homenaje que le iban a tributar a su padre, el filósofo y escritor Julián Marías, en la Biblioteca Nacional; en este número 40 con el que damos la bienvenida al periodo vacacional, lo hago con su nieto Daniel Marías, geógrafo y humanista.
La conversación es grata, cercana, entre dos convencidos de las capacidades sanadoras y proyectivas que para cualquier persona, generación y pueblo tiene la Filosofía de la Razón Vital. Por eso hablamos acercándonos a Julián Marías desde la perspectiva de quien es nieto, pero también del amigo que disfruta de la tertulia entorno a su figura, del primo que se reúne con los suyos para evocar momentos vividos, de alguien comprometido a poner en valor un legado humano como su abuelo Julián y su abuela Lola hicieron en pro de la excelencia de la cultura española jugándose el tipo.
Una pregunta comprometida, ¿qué supone gestionar los ánimos de cuatro lobos esteparios en pos de una causa común, el legado de Julián Marías y Dolores Franco?
Yo no gestiono nada, y menos los ánimos de parte de mi familia; sería demasiado pretencioso por mi parte, además de inútil. Simplemente trato de echar una mano en lo que buenamente puedo y porque me da la gana, no porque nadie me lo demande. Lo que espero es no molestar a nadie ni crear malos entendidos.
Cómo era el trato de él con vosotros, sus nietos.
Pienso que el trato de mi abuelo con sus nietos era un trato como el que tenía con la mayor parte de las personas, es decir, cercano, cordial, sincero, generoso, esperanzado...
Cuando os reunís algunos de los nietos, y salen él y vuestra abuela Lolita en la conversación, qué dicen vuestras miradas.
Creo que todos sin excepción sentimos hacia ellos admiración, cariño, añoranza... incluso sin haber tratado a mi abuela (salvo la nieta mayor, Laura, que también es mi hermana mayor, pues mi abuela Lolita murió cuando yo tenía un año y medio. No obstante, gracias a mi abuelo, a nuestros padres y tíos, y a un sinfín de personas que han compartido con nosotros sus impresiones y recuerdos, es alguien que ha estado y está muy presente en nuestras vidas).
Qué anécdotas guardas con especial cariño.
Como comprenderás, convivir con mi abuelo durante casi treinta años, además de una suerte, da para mucho... Podría contar muchas anécdotas. Guardo en la memoria como auténticos tesoros algunas conversaciones con mi abuelo, por ejemplo, acerca de una cuestión tan importante como marginada en nuestros días como la vocación.
Cuando uno entra en lo que fue la casa familiar de Vallehermoso, qué olores y sensaciones, qué pensamientos afloran.
La casa de mi abuelo Julián, desde su fallecimiento, evidentemente ya no es lo que era. Su sola ausencia es un hecho determinante. Lo mismo me equivoco, pero ahora creo que en general casi todos procuramos evitar ir allí, porque se nos cae un poco encima.
Valle, una casa a la que iba al menos cada domingo desde mi más tierna infancia, era, al menos para mí, un auténtico paraíso. De pequeño recuerdo, por ejemplo, que me encantaba la posibilidad de encontrar allí trinaranjus, chocolate, patatas fritas, ganchitos, piñones... también numerosos juguetes que pertenecieron a mis tíos y a mi padre. Más mayor comencé a disfrutar de otros atractivos, como la presencia de buena parte de la familia, la posibilidad de escuchar y conversar, el cocido de Angelines (con el que todavía sueño), o por supuesto tener al alcance de la mano innumerables libros de temas y épocas variopintas. Recientemente he podido ir redescubriendo a mis abuelos a partir de los miles de recuerdos que allí se conservan, facetas o asuntos que ignoraba o que conocía muy parcialmente y con una visión inevitablemente infantil.
Sé que es imposible, y que pocos en mi familia piensan como yo, pero en cierto modo me hubiera gustado que la casa de mis abuelos se conservara sine die como la conocí de niño, aunque fuera para recibir a investigadores y organizar seminarios de manera un tanto sui generis. Pues se trata de una casa llena de libros y papeles por todas partes, no sólo en estanterías, sino también en armarios, butacas, mesas, etc., una casa en la que había muchos cuadros originales (algunos retratos de familiares, incluyendo a mi propio abuelo, y de escritores, así como paisajes magníficos de Toledo y Soria, por ejemplo) además de copias (La anunciación de Fra Angélico) y láminas (entre otras, Los amantes de Picasso), donde reinaba una especie de horror vacui, una casa con un largo pasillo, un gran salón, una bonita terraza, sótanos misteriosos...
Tú eres geógrafo. Tu abuelo se planteó ser pirata en su niñez. Qué mares y rutas emprenderías, él siendo el capitán de la nao y tú su grumete.
Mi abuelo, aunque quizá sea algo no muy conocido, tuvo siempre una enorme afición por la Geografía. Y desde luego él, que tuvo amistad con geógrafos de la talla de Manuel de Terán o Eduardo Martínez de Pisón, no puso ninguna objeción, sino todo lo contrario, para que yo lo fuera.
No viajaba más que en transportes manejados por otros, pero desde luego poseía un vastísimo conocimiento sobre numerosos lugares, así como un gran sentido de la orientación, por lo que me hubiera lanzado a la aventura con mi abuelo sin pensarlo un segundo. Seguro que lo hubiéramos pasado estupendamente, aunque también creo que hubiera tenido que cuidar de mí, pues yo soy más bien delicado, y él, por el contrario, era duro y resistente.
Desde luego me encantaría haber podido recorrer con mi abuelo las riberas del Mediterráneo, meridionales y septentrionales, orientales y occidentales, tal y como tuvo la ocasión de hacer con diecinueve años y acerca de lo cual escribió (y recomiendo leer a todo el mundo).
Particularmente me hubiera gustado muchísimo navegar por el mar Egeo. Después, ya puestos, podríamos haber continuado, por qué no, hacia la India, el Japón, los Estados Unidos, Puerto Rico e Hispanoamérica. Me atrae la idea de haber viajado con él a sitios que ya conocía y sobre los que me podría haber dado su particular punto de vista. A buen seguro que habría sido una experiencia muy enriquecedora, al menos para mí.
Si esa nao imaginaria llegase al Puerto del Reino de Redonda, y os recibe tu tío, el escritor Javier Marías, cuál sería el primer tema de conversación entre vosotros tres.
Bueno, la isla caribeña de Redonda es minúscula y se encuentra deshabitada... No obstante, haciendo uso de la imaginación –tan querida por mi abuelo-, y puesto que el Reino de Redonda tiene una inevitable y atractiva componente literaria, quizá nos pusiéramos –tras relatar alguna aventura que hubiera surgido por el camino- a hablar en algún momento sobre libros, puesto que los tres los amamos.
Dos preguntas en una, la primera, cómo ves el mapa humano, social y político de España.
Es difícil contestar a esta pregunta. En primer lugar porque hablar sobre España implica generalizar probablemente en exceso. Se trata de un país muy grande y variado y, por tanto, todo lo que diga es una burda simplificación de la realidad, siempre compleja y heterogénea. En cualquier caso, veo un país donde se respira últimamente bastante crispación, mal humor, descontento... Escasean muchas cosas que me parecen cruciales en una sociedad (compuesta, en definitiva, por individuos, pero que no viven aisladamente): sensibilidad, cultura, educación, cortesía... Creo que la crisis que vivimos no es sólo económica, va mucho más allá, y sus raíces son profundas. No obstante, pienso que las crisis también son momentos necesarios que pueden significar oportunidades que de otro modo no se habrían presentado. Hace falta, sin embargo, inteligencia y valentía para aprovecharlas.
Y la segunda, el mapa de los europeos y Europa.
Si hablar de España creo que implica generalizar en demasía... imagínate lo que me parece hablar nada más y nada menos que de los europeos y de Europa. Creo que hay de todo. No obstante, la percepción que se tiene ahora mismo, tras haber creído en las bondades y ventajas de la unión de muchas naciones, es negativa y está teñida de escepticismo. Confío en que vengan tiempos mejores, para lo cual es necesario, al menos, cambiar muchas cosas que están funcionando en el presente y apostar de manera decidida y firme por una forma distinta de entender la vida humana, lo cual conlleva invertir en educación.
¿Qué posibilidades ves a la obra de tu abuelo como una renovación de forma de vida, de espíritu y convivencia para la persona, las generaciones y las sociedades de nuestro tiempo?
Creo sinceramente, y no porque se trate de mi abuelo, que el pensamiento, la obra y la vida de Julián Marías, pueden ser extraordinariamente útiles, fértiles, inspiradoras... a muy distintos niveles. Algunos de sus textos, desde mi modesto punto de vista, deberían ser lectura obligada en colegios, institutos y universidades, pero también para empresarios y políticos. No se trata de una visión hagiográfica, sino real. Yo no sólo aspiro a difundir la obra de mi abuelo para honrar su memoria, sino porque estoy plenamente convencido de que puede contribuir a mejorar el mundo en el que vivimos, algo con lo que todos, de una forma u otra, tendríamos que comprometernos. A mí me interesa bastante más que mi abuelo sea leído y pensado por una amplia porción de la sociedad, que reconocido dentro del mundo intelectual por unos cuantos sabios.
Qué sentiste durante el homenaje que le tributasteis a tu abuelo en la BN el pasado 18 de julio.
Yo tengo mucho aprecio por la Biblioteca Nacional, y tenía especial interés en que se hiciera algo allí para conmemorar el centenario del nacimiento de mi abuelo Julián. Cuando se materializó sentí muchas cosas, por ejemplo, que se estaba haciendo justicia con mi abuelo y que yo, personalmente, había hecho cuanto estaba en mi mano para que saliera de manera digna y emocionante. En consecuencia, sentí también alegría, satisfacción, orgullo... Y, cómo no, sincero agradecimiento a quienes lo hicieron posible y a quienes asistieron al mismo.
Sobre qué te gustaría hablar que no hayamos hablado.
El simple hecho de que me lo preguntes no dice más que cosas positivas sobre ti.
Antes procuraba ocultar mi apellido y me daba vergüenza hablar de mi familia. No obstante, he logrado vencer ese sentimiento y me gusta mucho hablar de mi abuelo, así que... habrá que continuar con la conversación en algún otro momento. Muchas gracias por tu interés.