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Rosa Mª Estremera: "Somos cambiantes, impredecibles"
2015/10/16

Rosa Mª Estremera participando en un acto poético en el célebre Café Comercial.

 

Manuel Carmona Rodríguez


Me siento a conversar de nuevo con la poeta y psicoanalista Rosa María Estremera por la publicación de su nuevo poemario El tacto de la luna hiriente (Ed. Vitrubio). Es un libro que exige al lector que se sienta a gozar de estos versos y poemas. Hay que pararse a pensarlo, a sentirlo y vivirlo, a contrastar los puntos de vista de la escritora con los propios de quien lee. Esto es sugerente porque nos conduce al camino de la interpretación, a conocer el sentido profundo que quien escribe ha dado a lo que ha escrito.

Es Rosa María Estremera una persona con quien es gozoso sentarse a conversar porque tiene la cualidad de escuchar al otro. Por eso, como ya apunté ante la publicación de su primera obra, Sinfonía y voces, estamos ante una poeta maduraSorprender con unos frutos poéticos tan acabados a una altura de la vida es consecuencia de haber sabido darse tiempo para madurar lo que se quiere expresar. Huir de las prisas, de las modas frívolas. Tal vez una de las explicaciones a ello la encontremos en que Rosa ha sabido equilibrar su tránsito de la Ceuta en que nació y se crió, al Madrid donde se hizo adulta.

Es hora de que escuchemos a Estremera…

Qué supuso para ti pasar de vivir en Ceuta a hacerlo en Madrid a finales de los años 80.

Ceuta es la ciudad en la que nací y me crie. Sus cuatros culturas, su variedad de gentes, de sabores, de creencias y olores me enseñaron apreciar lo maravilloso de las diferencias desde que nací. Su enclave geográfico único, sus luces y sus vientos hacen de Ceuta un cuadro refulgente de luz, un verdadero paraíso de inspiración. Vivir en Madrid supuso el paso al mundo adulto, adoro Madrid, ciudad acogedora, vertebral, rica, mágica. Madrid transformó el joven reflejo de los mares que retuve en mi infancia, en el maduro sosiego de la luz maravillosa que nos regalan sus cielos. Nada como la vibrante, cosmopolita y acogedora capital, donde siempre me hicieron sentir como en casa hasta que llegó a transformarse en tal, para acompañar los pasos que empezaron a tejerse muchos años atrás en una pequeña cuidad que brilla entre dos mares, entre dos mundos, en el principio de nuestra historia. De mi historia.

Por qué la persona intenta escribir una historia y acaba escribiendo otra.

Porque no somos dioses. Somos impredecibles, cambiantes, seres en falta que aprenden a tramar sus vidas en el propio transcurso de la misma. El ser humano libra una batalla de dimensiones descomunales, entre la realidad, las contingencias y el deseo inconsciente que lo determina. A veces lo que a priori nos parece nuestro camino, esconde vericuetos insospechados, algunos de ellos nos sorprende gratamente, otros no. Quizás nos empeñamos en buscar lo que ya estaba encontrado pero que por diversos motivos, muchos de ellos inconscientes, no hemos podido o querido ver. Al escribir sucede lo mismo.

Al final la responsabilidad de construir lo que deseamos es, a pesar de todos los obstáculos, y por encima de nuestras incapacidades y miedos, nuestra. Sea cual sea la historia que termine surgiendo, debe ser verdaderamente elegida y trabajada por nosotros mismos. Como decía Calderón la mejor victoria está en vencerse a uno mismo.

Una pregunta muy personal: Con quién te es posible escaparte hasta las estrellas y volar.

Con aquel que me acompaña en mis sueños y más allá de acotarlos, los entiende, los comparte y fomenta. El que siempre está a mí lado por encima de cualquier contingencia y a pesar de mis fallos. Aquel que me acompaña y vuelve a dirigir mi mirada a las estrellas cuando me empeño en no mirar.
Y más allá de un quién. Un qué, como el tacto, el viento, la mar y la esperanza… como si no hubiera tiempo recluido entre las arrugas que tejen los días… En el deseo innegable de seguir siendo.

La hiedra simboliza la amistad. El rojo y el bermellón la pasión. ¿Qué es necesario para que una relación de pareja, como narras poéticamente en el primer poema, se mantenga libre de reproches y mantenga la pasión?

En este caso, la hiedra que pinta de rojos los atardeceres se refiere al otoño como símbolo, al necesario sosiego que requiere la transformación. La metamorfosis de lo que fuimos en lo que seremos. Las hojas se visten de bermellón aludiendo al paso del tiempo, los años que me han permitido conocer un saber propio y la necesidad de contárselo a un otro cómplice que me escuche. Con la intención de redimirme, de encontrar el sosiego necesario para acometer una vida en paz. Con la tranquilidad necesaria que nos permite saborearla. Conquistar un goce placentero, sin luchas pero con deseo. El deseo que nos permite alcanzar cosas. Las estrellas quizás…

Tras las letras, se esconden las verdaderas intenciones, no me refiero a un otro como pareja. Necesito hablar al aire que pesa de lluvia para que me entienda, a la hiedra que cubre mi existencia para comprenderla y poder alcanzarme despojada de mentiras. Ser. Sin máscaras ni engaños. Con pasión. Sin reproches. La propia hiedra como símbolo de la libertad y del resurgir continuo de la existencia.

La pasión en la pareja tiene fecha de caducidad. Las ganas, el deseo, el amor con mayúsculas nunca. Siempre renace tras el otoño.

Profundizando en la anterior cuestión, ¿qué es imprescindible para superar los reproches y el desapasionamiento?

La seguridad en lo que uno es y en lo que quiere permite dejar claro en cualquier tipo de relación: laboral, familiar, de pareja o trabajo, las expectativas, intenciones y afectos. Si uno no se engaña a sí mismo es muy difícil engañar al otro y por lo tanto se hace complicado la existencia de reproches. Pero evidentemente no somos perfectos y la angustia, la incomprensión, la ira, los celos, la diferencia de opiniones o puntos de vista, son inevitables y ahí es donde la serenidad, la capacidad de ponerse en lugar del otro, el diálogo y la humildad se convierten en imprescindible para superar los reproches. Muchas veces reprochamos al otro lo que no aguantamos de nosotros mismos de forma proyectiva.

Sobre la pasión como dije antes, siempre tiene fecha de caducidad. Hay que reinventarse continuamente, con la pareja, con los amigos, en el trabajo. En la vida en general, volverse apasionar por alguien o por algo es tan sencillo como creer en el amor que nos produce. Desear su continuidad. No se puede dejar en manos del otro, es una labor que empieza por uno mismo.

A quién añoras en ese día de mar de septiembre.

Para mí, septiembre es un mes de calma, del sosiego necesario y de la transformación que cada año se produce. El calor se templa y la tierra se prepara para la metamorfosis que velan las hojas, que sobre ella caen.

Es un tiempo de añoranza por lo que se deja, o se dejó, el momento adecuado para observar el pasado, recordar lo positivo y enterrar lo que no nos sirva para que abone los campos de donde naceremos una vez más. La justa añoranza de la que se nutre la esperanza de la vida año tras año.

¿Qué se aprende con la añoranza de las relaciones humanas?

Que el hombre sólo desea lo que no tiene, lo que perdió. Nada existe sino sobre la ausencia. Hay que valorar lo que se tiene cuando se tiene, luego solo está la nostalgia. Aprender a tolerar, aceptar que no existe la completud, ni la perfección. Solo las ganas de ser juntos nos llevan a relacionarnos.

No sé si he interpretado bien el poema III. ¿Es esa ilusión de retener eternamente esos momentos de amor, pasión, deseo e ilusiones compartidos? De tal manera que el uno y la otra se sienten identificados en reciprocidad.

Intento contestarte resumiendo el poema:

Mirar el mar y no perder un instante, recordar lo bueno. Construir sobre el pasado y a pesar de él, la libertad en la existencia. Una libertad que no deja de ser una opción.

El anhelo de perdurar en los otros, de convertirme en algo más allá de lo mortal y renunciar a lo inevitablemente perecedero.

La lucha por construir un cielo infinito y libre donde poder sentir y aprender lo que nos cuenta el mar y el oleaje, aprender de lo vivido.
Metáfora del anhelo eterno de entendernos y sobrevivir.

Rosa, cómo se curan esos amores tóxicos, no correspondidos, werterianos tan del ayer decimonónico y de hoy.

Habría que preguntarse qué nos hace caer en esos amores tóxicos, qué motivos ocultos nos predisponen a relacionarnos con personas que nos restan, involucrarnos en situaciones que se vuelven negativas e incluso peligrosas. Y si estas situaciones se repiten y somos propensos a terminar siempre relacionándonos con este tipo de personas. Hay que tomar dicha repetición como síntoma de que hay algo en nosotros, que inconscientemente nos hace elegir aquello que nos hace sufrir. Un goce masoquista.

¿Qué simbolizan los nuevos campos, las miradas, que ella busca ahora?

La vida está plagada de momentos de reflexión que nos ofrecen la posibilidad de elaborar nuevos proyectos. Historias que crear, para ello es necesario mirar a través de nuevas miradas, aunque sean con los mismos ojos, quizás desde la misma ventana. Pero con la renovada ilusión de saber que todo está por hacer. No importa las veces que lo intentes, solo importa el deseo de emprender y construir.

Un nuevo libro es un momento de reflexión que sirve para reinventarse y seguir buscando más allá de uno mismo. Que sirve para empezar una nueva búsqueda en otro lugar, en otro momento, desde otra posición, con unos ojos que renueven lo que vean. Siempre.

¿Qué capacidad terapéutica pueden tener los vientos que mecen?

Se me ocurre que el viento como alegoría de la fuerza que ostenta el desplazar, nos deja ante la despejada y clara lucidez de ver lo que no podíamos. Y el saber nos calma y tranquiliza. La suave caricia de los aires, el tacto puro de la naturaleza, nada se me antoja más terapéutico.

Sobre qué te gustaría hablar que no hayamos hablado.

Bajo la magia de las metáforas y metonimias. Tras la abstracción que acompañan los versos y los sentidos enmascarados de sus palabras. El poeta se libera de lo más íntimo que lo caracteriza como individuo. Inmerso en su propio simbolismo, toma la perspectiva suficiente para contar más allá de lo manifiesto. En un discurso inconsciente que se libera en el proceso creativo y engendra lo particular que renace en la magia del poema. El sentido tras el sinsentido.

Lo maravilloso del verso, lo particular, es que donde uno ve el mar, el lector proyecta como si de un espejo decorado por el poeta fuera, los ojos de su amada, el fuego de un dragón o los abismos de un infierno. Donde la intención oculta del autor habla de lo abstracto, otro concreta específicamente sus propios miedos e ilusiones. No existe ninguna intención pues más allá de la interpretación que hace el lector.

El poeta solo es un cauce por el que la palabra llega a un otro que la hace suya. El verso se convierte en la proyección subjetiva del que interpreta. No existe el autor solo la obra.